viernes, 28 de agosto de 2009

Los renglones torcidos


Todavía anda mi infancia con pantalón corto entre las bancas. No había sábado en que la tita faltase a la misa de siete y media; el repique de la espadaña era uno más de los estrañables sonidos de la casa. El convento me resultaba entonces cercano y misterioso a un tiempo. En él había vida, pero tan discreta que entre los jazmines del patio apenas podía intuirse que la clausura estaba habitada. La doble reja del coro tras la que se disponían las monjas siempre fue un misterio para mí y nunca alcancé a comprender su encierro del mismo modo que nunca supe responderme por qué comulgaban dentro de un "armarito". Y es que mi sensibilidad infantil no daba para mucho más.
Cuando acababa la misa, la tita - Rafael siempre fue más reservado para estos menesteres- se acercaba a saludar a las clarisas. No sé en qué proporción se mezclaban la curiosidad y el cariño, pero no faltaba un sábado en que se acercara al coro. Y entonces siempre estaba esperando Sor Celina. Por eso quiero detener hoy mi recuerdo en esta reja. Muchos la conocíamos, y cada uno la habrá tratado de un modo diferente. Pero yo la conocí tras la reja. Por eso hoy quiero dibujar con la memoria aquellas gafas gruesas que escondían las patillas en la toca, la piel clara, la expresión alegre y serena, la voz cálida, los ojos vivos... -quienes la conocían saben que no falto a la verdad al describirla-. Era la monja simpática, la única que no me daba miedo, la que me gastaba bromas, la que preguntaba por mí si faltaba un sábado a misa. Era la monja que me entretenía mientres esperábamos a los Reyes Magos cada cinco de enero. Era nuestra Sor Celina, la de todos. Su carácter hizo el milagro de que muchos conocieran a un alma que entregó su vida a la clausura. Y muchos tuvimos la suerte de ver a Dios asomado a la gracia y al encanto de quien se había desposado con Él.
Sor Celina ha sido de todos. Con todos trató, a todos intentó ayudar, a todos nos ha sonreído, con todos ha bromeado y -sobre todo- por todos ha rezado. Por eso no ha podido ser un accidente. Al conocer la noticia tuve la tentación de pensar que Dios había puesto un final demasiado oscuro para una vida tan brillante, pero no es cierto. El Señor sique escribiendo derecho. Quizás si no hubiera sido así no nos hubiéramos conmocionado tanto, se nos hubiera ido en la discrección de la clausura. Y Dios ha golpeado nuestras conciencias. Y quizás lo ha hecho para que devovolvamos en justicia lo que recibimos. Rezar por ella como tantas veces ella rezó por nosotros, por los que conocía y por los que no.
Con Sor Celina se me ha ido al cielo otro trozo de mi infancia, y ya son muchos. Por eso alli se debe ser tan feliz. El día que Dios me llame no se me pueden olvidar mis pantaloncitos cortos.